Los dias pasaron
tan iguales, llenos de sonrisas por parte de mis hermanos. Bueno, solo por
algunos. Susie venia a visitarnos de vez en cuando, omitiendo claramente, las
veces en las que teníamos que ensayar con papá.
Era lunes. No
nos habia tocado ensayo. Estaba muy feliz, y espere a Susie, quien siempre
venia hacia nuestra casa a visitarnos.
Un golpecito en
la puerta… Yo ya sabía quien era.
-¡Yo voy, yo
voy! –dije corriendo desde el otro extremo de la casa hacia la puerta. Mi casa
era bastante pequeña, pero en ese momento, se me hizo una eternidad el llegar
hacia el otro extremo.
-¡Michael! –dijo
la dulce niña de ojos dorados al abrirle la puerta, y me abrazo. Yo no podía
rechazar eso.
Venia vestida
como una princesa. De rosa. Su vestido era rosa, un rosa claro, muy bello.
Mientras que su chaleco era de un rosa mas fuerte. Y también sus zapatitos
hacían el conjunto perfecto. Y ni hablar de su cabello. Adoraba su cabello, mas
porque… En fin, me encantaban sus hebras doradas que enmarcaban su tierno
rostro.
-Pensé que no
ibas a venir. –dije dejándola pasar mientras cerraba la puerta.
-Ella rio- Yo
también lo creía, pero es que Max no quería comer –hizo un pequeño puchero, que
me recordó al de Janet cuando no quería tomar su baño. Sonreí.
-¡Shusie,
Shusie! –grito mi pequeña hermanita, que corría tropezándose con sus piecitos,
pues recientemente habia aprendido a caminar.
-Hola nenita
–dijo mi amiga, agachándose a abrazar a Janet, quien se colgó de su cuello,
como si se le fuera la vida en ello. Yo adoraba que ellas se llevaran tan bien.
-Hola corazón
–dijo mi madre al percatarse de la presencia de Susie.
-Hola señora
–recibió el beso de saludo de mi mamá y sonrieron al mismo tiempo. Y como
pasaba siempre, comenzaron a platicar inocentemente.
No pude poner la
atención suficiente a la plática que comenzaron a emprender. Me sentía tan
feliz como siempre. De hecho… Lo importante era que me sentía muy, muy, muuyy
feliz. Esa niña era mi mejor amiga. Como mi hermana, la hermana que yo siempre quise
tener. Nadie me comprendía tanto como ella, aunque Janet mostraba indicios de
ser buena conmigo, pero comúnmente se distraía y me golpeada con su chupete. Y
en ocasiones con los cucharones de mamá. Pero era de esperarse, tenía escasos
dos años. Y faltaba una eternidad para que creciera.
Despues de la
plática de Susie con mi madre, nos pusimos a platicar ella y yo. Jugábamos
verbalmente, pues yo no tenía muchos juguetes y mi casa era muy pequeña.
No la pasamos
mucho tiempo así, tirados boca abajo en el piso de la sala, mientras la pequeña
Janet venia y se sentaba en mi espalda y comenzaba a jugar con mi cabello.
-No, Janet… Me
despeinas –decía meneándome de un lado para otro, casi riéndome, tratando de
que mi hermana se bajara de mi, pero en lugar de eso, me retenía mas y mas al
sujetarse de mi pelo. Mire a Susie. Ella solo reía.
-Ve con Susie.
Ella quiere que la peines… -dije con gracia, y al ver la cara de espanto de mi
amiga, reí.-Oh vamos, no es tan malo… solamente duele… mucho –dije irónico
mientras me sobaba la cabeza.
Janet fue
corriendo hacia Susie, y se sentó en su espalda. Las dos riendo. Janet sobaba
los caireles de mi amiga, y ella no hacia ninguna mueca de dolor.
-¡Eh! Eso no es
justo. A mi si me dolio. ¡Venganzaa! –dije,
aventándoles una almohada.
-Yo no tengo la
culpa de que seas un greñudo –dijo Susie enseñándome la lengua burlona,
mientras me regresaba la almohada.
-Ah, así nos
llevamos… -me prepare y vi que ella también lo hacia- ¡Vengaanzaaa!
No la pasamos
demasiado tiempo jugando a lo mismo. Bajo las risas de mis hermanos, con
excepción de dos…
Nunca me habia
divertido mas en toda mi corta vida. Tenía diez años. Un niño merece diversión,
aunque yo nunca pude tenerla de siempre. Pero dios me recompensaba. Lo sabia, y
eso me hacia adorarlo mucho.
Y no supe como,
pero comenzamos a hablar de demás cosas. Hasta del futuro, y de lo que
comenzaría a ocurrir.
-¿Tu que planeas
enviar para que todos sepan que te marchas allá arriba? –dijo apuntando al
cielo a través del techo blanco. Y bien, yo aun no podía deducir eso.
-Em… no lo se.
Aun no he pensado en eso.
-¿Sabes? Yo
planeo que haya una tormenta.
-¿Una tormenta?
¿Para que? –pregunte curioso.
-Bueno, veras es
que… como nunca nadie ha llorado por mí… me gustaría que el cielo lo hiciera.
Lluvia, cuando yo me fuera. Eso seria lindo. –dijo sonriéndome
encantadoramente.
-Si, bueno, tal
vez. –mire al techo. –yo tal vez quiera que un ángel me recoja antes, o me
avise que ya debo marcharme. Mi madre dice que nuestro momento llegara cuando
dios lo decida, y que veremos las flores florecer en invierno, aunque nunca
comprendí aquello.
-Tal vez… si yo
muero antes que tu, vendré por ti –me dijo inocentemente. Y por muy inocente
que pudo haber sido su comentario, me estremecí con terror.
¿Morir? No, yo
no quería que ella se fuera.
-Yo no… si tú te
vas… te extrañare mucho –le dije, pensando en el dolor que provocaría.
Ella rio.
-No te preocupes
tonto –se acerco a abrazarme. –Yo siempre voy a estar contigo. Te acompañare en
todos tus logros, y cuando tus hermanos y tu sean una gran banda. Palabra de
honor –dijo levantando la manita y colocándola justo donde debería de estar su
corazón. Como una promesa.
Y con la misma,
comenzó a jugar sucio. Me empezó a hacer cosquillas.
Toda la casa se
lleno de risas y risas. Mi sonrisa no podía ser más grande.
Hasta que en un
momento…
Todo mundo cayó.
La puerta hizo
un sonido sordo. ¡Oh no! ¡Oh no! ¡Todo menos esto!
Mi padre habia
llegado.
Todos nos
quedamos quietamente mirándolo. Mientras el, como siempre, nos miraba con esos
ojos tan fríos como el hielo. La verdad era que me daba demasiado miedo.
Enserio que tenía miedo, y más en ese momento. Las manos me picaron y comenzaron
a sudarme.
¿Qué diría sobre
Susie? Era muy claro que siendo el, mi padre y manager, Joseph Jackson, no
estaría encantado de una boca mas en la casa.
Entonces mis
peores temores se hicieron realidad.
El miro a Susie.
¡Oh Dios!
Frunció el seño
y convirtió los labios en una fina linea, mientras sus ojos ardían con furia.
¡Oh Dios!
-¿Y tu quien
demonios eres? –pregunto a mi amiga. O más bien gruño, pero quien sabe, no
podía estar seguro teniendo el corazón en la garganta.
-Joseph… -trato
de calmarlo mi madre, aunque yo sabía que seria inútil.
-¡Tu no te metas
Katherine! Estoy hablando con la mocosa. Sabes que no me gustan las visitas, y más
cuando expresan interés simplemente.
-Yo no… yo no…
-¡¿Cuál es tu
nombre?! Exijo saberlo en este instante y espero que no te metas en mis
conversaciones.
Susie tembló
ante las fieras palabras de mi padre. Ella lo miro con miedo. Con terror.
Sus ojitos se
llenaron se lagrimas. Yo no podía permitir eso. No podía dejar que tratara así
a la única amiga que pude tener en toda mi vida. Y no importaban las
consecuencias. Lo importante era mantener a Susie a salvo de los ojos de mi
padre, y acabar su miedo.
Sobre todo su
miedo.
-¡Joseph! ¡No
tienes derecho de hablarle así! Ella no es como nosotros. A nosotros podrás
manipularnos, pero a ella no porque no vive en este lugar.
No podía creer
que habia sido yo el que se habia rebelado contra mi padre.
Siempre pensé
que serian Jermaine o Tito. O incluso Marlon, que era el que siempre lo retaba.
Pero debía defender a mi amiga.
Cuidarla.
-¿Qué me has
dicho? –dijo mi padre apretando la mandíbula duramente. Yo sabia que venia por
mí. Lo presentía.
Entonces la
dulce voz hablo, interrumpiéndolo todo.
-Señor, yo… no
creo que usted deba golpear a sus hijos. Ellos… Michael no hizo nada, olvide
eso…
-¿Qué demonios
fue lo que te dije sobre no meterte en mis conversaciones? –dijo mi padre loco
ahora si, de ira. Y lo supe solamente por una razón. La que me alarmo
muchísimo. El comenzó a jalonear a Susie.
No, no podía
hacer eso con ella…
Estaba
maltratando a la dulce niña que se habia convertido en mi amiga tan
rápidamente. Estaba lastimándola muy duro.
El la hería. La
dañaba. Y yo no podía permitirlo.
No iba a
hacerlo.
Mi mente vago
hacia la luna. Mis ojos fijos en mis zapatos. Tenia que pararlo de alguna
forma. Aunque no sabía si sería difícil. O si lo lograría.
¿Podría?
Sabía que
arriesgaba mi pellejo en esto. Pero todo fuera por ser bueno con los demás. Y
con ella. Sobre todo con ella.
Tome mis zapatos
y con fuerza, exactamente en el blanco. La cabeza de mi rudo padre. El se
tambaleo mareado hacia delante, soltando a Susie, quien comenzaba a llorar ya.
Me dolía el
pecho, y las palmas de las manos me picaban. Sabía lo que vendría despues. Pero
en ese momento yo tendría que salvar a mi amiga.
Cuidarla.
-Vete –dije
acercándome a ella y abrazándola fuertemente. –Vete rápido para que no te
encuentre.
Ella me miro con
terror el los ojos. Pero asintió. Dios sabia que lo habia hecho.
Salió por la
puerta y corrió y corrió.
Yo espere. Como
siempre. Ya sabía lo que venia y me sentía acostumbrado, aunque aun seguía
temiéndolo intensamente.
Mi padre salió
de su trance en un momento. Demasiado rápido para mí. Giro la cabeza y me
encontró. Al instante sus ojos reflejaron una ira sin igual, y su cara… oh, su
rostro. Era el del perfecto demonio.
-Espero que te
prepares muchacho… -gruño con fiereza.- Porque no terminare hasta que acabe
contigo.
¡Oh Dios!
Sin lugares a
donde correr. Sin una cueva donde esconderse.
Y lo peor de
todo era…
Que sin lugar a
dudas, yo sabía perfectamente… Todo lo sabia muy bien, el no descansaría en ese
momento. No lo haría.
Acabaría
cruelmente conmigo.
***
No supe contar
el tiempo desde ese momento. Me desmaye justo despues del primer golpe. Sabía
que tendría contusiones. De hecho sentía que las tenía desde ese momento.
¿Podría la vida
ser más miserable para mí? La respuesta era lógica.
La vida se la
pasaba dándome desafíos.
Parándome de mí
cama aun con la ropa anterior limpie mis húmedos parpados y los rastros de las
lágrimas cansadas que se habían deslizado la noche anterior.
Sabia que me
llegaría el trabajo duro. Lo sabía con el alma.
Y mi padre no
descansaría hasta que yo no quedara completamente exhausto. Mire a mí alrededor
y capte la mirada angustiada de mi madre. Era la única que estaba en la pequeña
casa. Ni mis hermanos, con excepción del pequeño Randy y la gordita Janet.
Mi mama me
miraba detenidamente, antes de pararse y acercarse a abrazarme fuertemente.
Ella sabia que
me costaba sobrevivir a todo.
Ella lo notaba.
Y vaya que es verdad que las madres tienen un lazo muy especial con sus hijos.
Porque me dolía.
Dolía
profundamente, y me calaba entre los huesos hasta mi diminuto y agrietado
corazón de niño. Mi infancia, o lo que aun podía divisar de ella permanecía
apartada. Encajonada de la libertad.
Y yo necesitaba
salir de todo aquello.
Y fue en ese
momento, dentro del profundo abrazo de mi madre, cuando recordé. No siempre iba
a ser así ¿no es cierto?
Tenia una amiga.
Una entre todas las locuras y maldades del mundo. Yo sabía que ella comprendía.
Y sabía que ella no se alejaría jamás de mí.
O al menos eso
pensaba.
La verdad era
que, ya comenzaba a dudarlo.